sábado, 21 de junio de 2014

Entre tú y mis interiores.

Desde el pecho desgarrado, cuento mil historias,
algunas de paz y otras de pesadillas internas.
Una mente que desvaría y muere, por vivir en tus memorias
Y un corazón que late y vive, por sentirte crecer en su hierba.

Desde el mar más tenebroso, hasta el viento tan fugaz,
veo tu pelo ondear subida a un caballo y al sol besarte.
Siento tu mirada acariciar, grácilmente, mi vida incapaz
de morir en vida, de sentir tu ida, de besar tus besos, o amarte.

Sin un respiro cómplice, sin un ápice de esperanza, muero,
siendo azul el sentir y duro de abatir el sentimiento nacido.
Si entre la paciencia de la vida, y el dolor que yo más quiero
no hay tregua, ni amor, ni siento tu calor; si muero sin tenerte, jamás he yo vivido.

miércoles, 4 de junio de 2014

El gran admirador de la Luna.

Estaba allí esbelta, y sonriente, cual flor iluminada por los rayos dorados del Sol, pero casualmente también brillaba por el Sol. Completamente redonda, o eso le decían sus ojos, desprendía un blanco puro, y unas líneas grisáceas que marcaban el paso de los siglos. Cráteres que mostraban la imperfección de la superficie que en los sueños de aquel misterioso transeúnte era perfecta. Completamente perfecta, con un brillo, repito, blanco puro. Aquel hombre tenía un ritual para verla, aunque la mayor parte del tiempo no podía, pues ella no estaba, no aparecía y no contestaba a los mensajes. Y a veces mostraba solo una curva de su cuerpo, una simple y llana curva, pero tan bella.

Él se postraba ante su luz, la veía aparecer en el horizonte y emocionado se quedaba congelado, con un ligero temblor casi imperceptible. Veía cómo poco a poco ella se alzaba a lo largo de la noche, hasta que su luz incidía perpendicularmente a la Tierra, él ya pudo tumbarse y observarla sin mayor problema. Acostado sobre sus ilusiones, y un poco de tierra; el susodicho trataba de parpadear lo menos posible, pues ella venía y volvía sin que casi se diera cuenta, y no quería perderse ni un ápice de la luz que aquel astro desprendía. Aquella luz que blanca incidía y dorada sentían las venas.

Era la flor más dorada del cielo negro, y brillaba tanto que su luz es blanca, decía aquel chaval. Estaba conmocionado por tanta belleza astral, era inaudito, ¿cómo puede ser que la casualidad, el tiempo y la dedicación de miles de sucesos dieron lugar a un ente tan maravillosamente increíble? -Dijo el ilusorio amigo. Trata de alcanzar con la mano aquel brillo gigantesco, cierra un ojo, enfoca su mano en la visión, y agarra el astro y aunque imaginaria, siente tenue el calor que desprende su voluptuoso cuerpo y se dice a sí mismo: "Jamás estará a mi lado". No creía en posesiones y disfrutaba de la libertad con la que baila día y -sobre todo- noche.

Y aunque la desee en secreto, ya se lo ha dicho, miró al cielo, y dijo cobarde pero convencido: "Es que eres tú, por la que escribo tanto, por la que me muero tanto, por la que vivo tanto. Eres el punto que resalta en mi negro fondo, el dorado del páramo estéril, la flor que desata la sequedad del suelo y florece de todos modos. Y allí estás, inalcanzable, siendo yo indiferente pero tú tan importante para mí, mi poema, esto... quise decir mi Luna...".

domingo, 1 de junio de 2014

Introspección amorosa.

Puse mi corazón a pensar, a dar un largo paseo entre diástole y sístole. Entre latidos fugaces que una vez me llenaron de pasión. Quise descubrir si mis venas tiritaban por ti o era el miedo a la soledad. Traté de verme el interior de mi inconsciente, para ver si lo que sembraste era real o simplemente un placebo. Quise enterarme de cuán importante eras para mí, y ha pasado tiempo de aquella confesión estúpida pero necesaria. Y quise saber si acerté en mis sentimientos, o te solté una sarta de mentiras que yo mismo me creía. Sigo indagando mi idealizada figura, pero he averiguado muchas cosas.

Tu repentina desaparición de mi vida fue notable en mi día a día, no te olvidé, ni mucho menos, pensaba que un período silenciado entre nosotros resolvería mis dudas. Pensaba que si mi corazón temía la soledad más aterradora con el paso del tiempo cambiaría el sitio que ocupas en mi corazón fácilmente, mas no fue así, no conseguí desprender tu voz de mis tímpanos ni soñando. Y hasta he soñado, literalmente, con tu desamor. Y pensaba que sería el mono de ti de los primeros días, pero no, no has muerto en el páramo que creé para nosotros en mi mente. Ahí seguías, más callada, pero en tu plenitud.

Una sombra que me perseguía y yo pensaba que era fruto de la obsesión anónima de mi mente imbécil. Pero no fue así, he dejado de escribir en público, y en privado también, hoy vi la Luna y quise hacerlo de nuevo, y fíjate, mis ideas han madurado pero el fruto sigue teniendo tu sabor. He aceptado la imposibilidad, he vaciado mi mente de posibles y la he llenado de falsas esperanzas de un mañana mejor, para consolarme al menos.

Quise alejarme de ti durante un instante y recapacité, olvidé la cobardía que siempre me ha caracterizado, te dije lo que pasaba por mi corazón; fuera falso o no, me arriesgué porque nunca lo hice, aunque fuera de manera estúpida y no cara a cara, lo hice técnicamente, por mucho que perdiera, lo hice, joder si lo hice. Sé que salí dolido y roto de esa confesión, no sucede como en las películas, ni muchos menos a Tony. Pero hizo lo suficiente para enorgullecerse de sí mismo, su autoestima pisó el suelo y lo traspasó durante unas horas intensas, pero al volver a estabilizarse en sus bajos niveles, estuvo un punto o dos por encima de lo normal.

En definitiva, has hervido suficientemente mi sangre a tanta temperatura, que te volviste única entre mis venas, purificaste mi torrente sanguíneo, pero en consecuencia ardió mi esperanza.