sábado, 7 de marzo de 2015

Mi cinturón de Orión.

Me acostumbré a quererte, a seguir tu voz incluso cuando muero de ganas por saber qué deseas. Siento insaciables sensaciones que solo tú has podido despertar, el resurgir de un preso corazón encerrado por el miedo, y tú has conseguido que renazca. No te pido quererme como yo a ti, ni que me entiendas. No te pido que te molestes siquiera, yo solo te observo y vivo. Solo necesito una carcajada tuya para ver los colores del monocromático mundo al que estoy acostumbrado.

Me he encadenado a tu figura con una fuerza similar a la que ejercerían las estrellas del cinturón de Orión, tres poderosas fuerzas gravitatorias me atraen a ti, tus dos ojos y tu sonrisa. Tus enormes ojos y tu gran sonrisa. Sé que esto no dará frutos, ni siquiera florecerá, pero significa tanto para mí vivir este previsto desamor, que prefiero hundirme sintiendo dolor. Y aún así te idolatro, como a mis tres de Orión.

Te has ido lejos pero ahí estás, latente, con potente impacto en cada foto tuya que veo. Cada sonrisa pixelada con la que fantaseo, tú bailando en mis pensamientos, de un sí a un no, de un imposible a un posible. De un 'Tony díselo ya' a un 'Tony mejor cállate'. En un eterno juicio esperando la sentencia. Tu sentencia. Tu voz acariciando mi tímpano, riendo, hablando y si lo necesitas, llorando. Estás ardiente en mi mirada y cultivada en sutiles perfecciones que parpadean en la retina que sostiene la lágrima. No llores si ella es feliz, no llores si la ves sonreír. No llores, si no sientes quebrar la cicatriz, Tony, no llores, aunque ella te sonría y no te quiera así.