domingo, 22 de marzo de 2015

Ab imo pectore.

Y cuando todos me olviden, ¿qué seré o qué será de mí? Temo ese momento, porque lo noto cerca, muy cerca. Veo al mundo distanciarse de mí y veo mi importancia desaparecer. Como mi cordura, quizás. Amanezco cada mañana pensando que no soy nada y miro al vacío buscándome a mí mismo, ya no soy nada me repetí. Veo mis manos, su contorno y me pregunto si de verdad soy tan endeble. Como la tenue luz de sol que entra antes de salir a clase. Mis temblorosos pasos sobre el liso y frío suelo me recuerda que estoy vivo. Deambulo hasta el baño, y desaliñado me observo en el espejo viendo lo que queda de mí.

No es agradable mirarse mientras se piensa así de uno mismo, puede llegar a ser destructivo y cada presunto fallo puede desencadenar más odio y más desprecio. Quizá por eso quito la vista tan rápida de ese pulido reflejo. Es tan oscura la mañana que la siento mía y la compadezco pues se lleva lo peor de mí, mi verdadero yo. Que sin estar entumecida la mente por la costumbre del día piensa clara aunque oscura. Y es por eso por lo que las mañanas me duelen, huyo de mi verdadero yo en cada pequeño resquicio de soledad, mas cuando vivo en ella no puedo más. Y si me quito las ganas de vivir no es porque me confunda, es porque me veo demasiado claro. No tengo dudas, solo miedo.

Porque me conozco y no hay mejor versión de mí, porque sé quién soy y no hay buena versión de mí. Solo un montón de máscaras, con buena intención -que no te preocupes-, pero con mala práctica -ocultar qué soy-. Por eso, fiel lector, no vivo con ganas. Y sin ganas ¿quién quiere esforzarse en mejorar?. Si no soy ya nada y nada seré si soy así. ¿Por qué me preocupa tanto ser? Si no seré. Simplemente soy un suspiro del desvarío, nada más.