lunes, 2 de marzo de 2015

Aunque quiera morir.

Hoy tengo ganas de vivir, aunque sea sufriendo y tengo ganas de sufrir aunque sea viviendo, pues me di cuenta de que lo que no haga en la vida, no lo haré en la muerte. Que si mi corazón no palpita, pues mi felicidad ya será inerte. En su momento me desvié de la ruta, y pensé en que si no soy feliz con esta vida, pues no lo sería nunca. Pero no he vivido, he llorado, pero no he fallecido y aquí ante ustedes sigo inmutable, indestructible y tan frágil. Y dándome cuenta gracias a la música de que todo lo bueno en esta vida es gratis. Como ver a esa chica sonreír, y verla vivir de una manera tan voraz, verte devorar el mundo siguiendo el compás de tus instintos.

Si es dura ya la existencia más dura será la vida, con sus insuficiencias acerca de la felicidad, la perpetuidad de los dolores más internos. El alma que cuelga de hilos tan dóciles, que podrías hacerlos colgar a la altura que más desees. A la altura de la mente, a la altura del corazón, donde quisieras. El fuego del alma que calcina en polvo blanquecino los tormentos, superar los propios traumas y querer algo más que la oscuridad a la que te condena la mente. Un motivo por el que vivir y una meta que labrar. Una mente más clara y unas manos menos sufridas. Y así llegar a donde me proponga, aunque no llegue.

Sé que tengo demasiadas debilidades y mucho sufrimiento pulverizando las esperanzas, sé que lloraré lágrimas secas por ver cosas que no me agradan. También soy consciente de que ella no me verá con mis mismos ojos, y tendré que aceptarlo. Sé cuáles son mis limitaciones y tengo que aceptarlas, sé que el sufrimiento seguirá siendo la base de mis ideales, y los seguiré aceptando. Pero no permitiré al pasado adueñarse de mi futuro. No más heridas pasadas, no más muerte en mis madrugadas solitarias, no quiero más YO en mí mismo. Pues no me merezco tener una mente como la que me gobierna.

Aunque quiera morir, quiero sentir el viento cortarse con mi cuerpo; quiero sentir el desazón de un desamor más; deseo sufrir el envenenamiento de mi crisis existencial una vez más, además de sentir mis dedos rozar su piel al abrazarla, al despedirme de ella o al saber que la distancia le impide saber si quiera si sonrío por ella. Y es por cosas como las detalladas aquí por las que, aunque quiera morir, prefiero vivir.