domingo, 22 de febrero de 2015

Éramos.

La agonía de nuestras manos si sentían la distancia,
la calma de nuestras retinas al verse mutuamente;
el sosiego del latido notando el roce de la piel blanda.
Y el sentir de un latir que unen un ritmo tan fuerte.

Somos la esperanza de un yermo y frío terreno.
La luz que disipó las tinieblas del sendero oscuro
alumbrando el buen camino a nuestros dedos
para que se unan y se fusionen siendo solo uno.

¿Sientes esa sensación, te late más veloz el miocardio?
Posa tus manos sobre tu pecho y dime, ¿qué notas?
Entrelacemos los dedos, pues sin ti, siento miedo.
Miedo de la vida y de descubrir esperanzas rotas.

Y así es, o más bien éramos.
Éramos el color del destino,
éramos el sabor de estar vivo;
éramos mártires fundidos.

Pues no fuimos, ni seremos,
por eso éramos,
por eso errábamos.
Porque no fuimos.

Éramos átomos fundiéndose en otro elemento,
éramos la luz que recorre mil galaxias lejanas.
Éramos un puro color fuera del conocimiento.
Éramos mis ilusiones ya que nunca fuimos nada.

Éramos mi sueño de madrugadas vacías,
éramos fuego en mis épocas tan frías,
versos en mil poemas bajo el muérdago.
Irreal, pero fuimos,
irreal, pero éramos.