lunes, 16 de febrero de 2015

Perdonando a mi mente.

Vestí de gala el corazón y desfiló por tu pasarela
y pinté de acuarelas su discurso, voló por instantes.
Nunca lo vi latir igual y era amor, su amor por ella,
la damisela del sonreír perpetuo que nunca vio antes.

Y quién fuera la luz tenue de las mañanas en su rostro
o en sus labios, o en sus deseos más íntimos, en agosto.
Rescatar de tu sonrisa tantas libertades y ser tus luces
que se encienden y te encienden y te sientes tan dulce.

Y suscitas impuridades que tan puras las siento en la piel,
como la miel que resbala en tus curvas, y tu suave voz.
Pero siento la guadaña de la timidez acariciar mi sien,
y si confesara mi amor, me cortaría la felicidad esa hoz.

No es atroz el desenlace que me atormenta, mas sin tu amor
seguramente viva, pero errante, y sin tu presunto ardor, yo
simplemente viva, sin aguante. Tirando de este último cordón.
Viendo mi mente delirar ella sola por tu desamor tan hondo.

Pero te confesaré mis penas y mis ilusiones, brindándome dolor.
Qué más dará la lágrima derramada si ya sabes que te hallo
entre mis luces y mis cruces y mis paranoias, eres mi perdón
por haberme maltratado, demacrado, masacrado, y estallo.

Es la luz en cada diente de tu sonrisa, tus ojos intensos que observan
mi rostro, intimidados por tu profunda voz, guiándome a mis metas.
Y tus dedos rozando la vida, rozando mi alma, tú sin saberlo, vaya.
Finalizando mi epifanía, vestí mi corazón de gala, para tenerte cerca.