viernes, 5 de junio de 2015

Caído del deseo.

A veces, aunque no tanta como querría, mi mente deambula por senderos de luces cálidas, segrego tranquilidad e ignoro los males que existan. Es más, los olvido como el pájaro olvida la gravedad al volar o cuando la Luna es capaz de iluminar la noche. Mágico, pero real. No es solo su presencia, ni su bella aura. Es más intrínseco, quizás el lazo emocional que he lanzado. O simplemente poder mostrar mi agonía sin temor a la burla. Incluso podría ser la tranquilidad de toda una vida, un sosiego que no conozco sin estar cerca, olvidar los por qués de la existencia y centrarme en el qué de la vida, y exprimir su esencia. O simplemente, es ella.

Pasó de ser mi secreto a voces a ser la voz de mis secretos y este simple juego de palabras quiere decir que pasó de ser la melancolía en mis noches a la inspiración que nocturna me guía. He aprendido a ser yo, yo solo. Pero sin ella no lo habría hecho. Reí y no temí mostrarme débil, pues soy débil y le da igual; es mi descanso cada tantos meses a una mente que ayuna felicidad. Es un grito de desahogo que no desgarra mi garganta. Como una luz muy fuerte que además no ciegue. Es el sacrificio que cuesta nada, y aporta tanto. Quizás es el deseo de mi subconsciente, pero no el dolor del miocardio. Es mi fértil huerto en el que cultivé una sonrisa regada con lágrimas, y no marchitó ni una sola flor.

Entre tanta comparación he olvidado cómo se sufría, pues simplemente con recordar su carcajada emerge mi mente de su propia asfixia. Y como el ronroneo de un gato al acostarme. Relaja cada ápice de tensión pues su simple existencia me hace sentir fe en mis llantos. Y tras ella, sentí que puedo valer para más que el dolor. Que valgo para la vida. Para vivir.