miércoles, 22 de julio de 2015

Siete minutos.

8:00am: Y tras el abandono sensorial del sentimiento que intenté cultivar, vino un cúmulo de sensaciones de todo tipo. Unas buenas, otras malas; desde la euforia hasta la desgana más absoluta. Y pensé así que estaba volviéndome loco, como quien pierde toda esperanza y se embarca en una trayectoria suicida en espiral hacia la locura. Tantas veces me planteé si yo podría acabar así. Todo indica que no. Pero el ajetreo en mi cabeza no cesa, siempre hay algo o alguien nuevo que ocupa gran parte y va deshaciendo los pequeños detalles del día a día para ocupar el mayor espacio posible. Cegándome ante la vida y olvidando cosas, a veces importantes. Mientras elevaba las manos hacia mis ojos para frotármelos, me vino un flash de deseos arraigados en mi subconsciente; y cómo no, basados en una musa.

Tengo que volver a mi día a día, así debí acelerar ese pensamiento. Lo hice tan rápido que acabó quemando el roce. Y la quemadura se quedó con la forma de su rostro, no pude creerlo. Por intentar librarme de ella rápidamente, quedó grabada en el interior de mi retina, como la luz solar al mirarla directamente. Supe erguirme entre mis recuerdos y mis fantasías, me sacudí lo que quedó sin pensar y cuando traté de levantarme una cadena atada al cuello cual soga me retuvo. Confuso y perplejo me quedé mirando y dubitativo. ¿Qué era y por qué estaba ahí? El tiempo se me hizo eterno y llegó un momento en el que el pensamiento ni siquiera fluía.

Me amargué de tal manera que pensé que me merecía ese encadenamiento. Sentí que el sufrimiento era necesario pues necesitaba aprender de él. Tras un intenso remordimiento de mis malos actos, sentí una llave bajo una tela blanca. Apresurado traté de cogerla y se me resbaló al suelo; no daba más de sí la cadena y no llegaba a la llave, mi única salvación.

--¿Qué hice? ¿Por qué?- Me repetía constantemente, en una excavación exhaustiva de la memoria en busca del hecho que me llevara ahí. Nada, ni un ápice del hecho que acarreara esa consecuencia. Cabreado y henchido en rabia tiré con toda la fuerza que pude de la cadena. Caí de espaldas como si hubiera saltado hacia atrás. Al abrir los ojos no vi cadena alguna, no había nada que me retuviera físicamente. Pasado unos segundos ni siquiera recordaba el aspecto de la cadena, y al llegar al minuto no supe si siquiera fue real.

8:07am: Me levanté de la cama e intenté proseguir mi día como si nada hubiera ocurrido.

--Lo que no supe ni quise decirme es que la cadena que me impedía levantarme, era su voz; la de ella. Que me decía "vente" y mi corazón decía que sí. Mas mi cerebro sabía que no debía, pues era imposible, empezó a cantar y traté de no escuchar. Cada eslabón de la cadena era una virtud de mi poema, dorada y reluciente. Pero irrompible. No supe cómo me libré de ella. Pero escuché su voz retumbar entre cada hueco de la cadena, la oí reír en el resonar de las cadenas, en el asfixiamiento de ese metal noté su piel férrea. Y el tirón que le di para que desapareciera fue la resignación a esta soledad. Y a su voz diciendo "me voy" y nunca supe por qué, ni cómo. Pero sí supe quién.