martes, 7 de julio de 2015

El temor a tu ida.

Como el dolor que jamás te susurró, desaparezco. Y no quiero preguntas, aunque si insistes no resistiré responder. Debo marcharme lejos de ti, pues enloquezco, y es el terco miocardio que a diario me dice: venga, díselo. Mas no debo, no puedo. Hice las maletas y aunque permanezca aterrado a tu lado, me estoy yendo. En ocasiones olvido si siento o no, y establezco conversación contigo; necesito el sentir del látigo vocal de tus hirientes y tan bellas voces acariciando y arrancando mi desdichada piel. Aunque trate de desvanecerme, vuelves a florecer. Como si tus pétalos fueran oro volviendo a brotar de la tierra cada vez que te hago marchitar. Y lo intento, mas a quién quiero engañar, lo que intento es desaparecer en ti. Me senté a verte, a contemplar tu rostro. Tu aniñada sonrisa me invadió, aún cuando traté de no inmutarme era inevitable segregar oxitocina. ¿Y cómo lo haces si cada vez te distancias más de mí?

El maldito reflejo de tu rostro quedó grabado en mi retina,
y aunque casi ni articulaste palabra al irte.
Sentí tu grito, el que mi mente creó y el que el corazón albergó.
Y tanto me pregunto, si cada vez estás más distante.
¿Cómo puedes llegar a ser tan deseable?

Me visto de luto para evadir el sentimiento del corazón en bruto. Un simple punto de tantas oraciones, pero esa eres tú. La luz que ilumina el libro, el libro en sí. La maldita crisálida que cobija tantas ganas de amar que a veces pongo en cuarentena, porque si me contagio de mi pensamiento. Querré que te vayas, porque si te quedas, no te dejaré ir nunca. Siento el peso de tu voz frágil acariciar mi tez y decirme que alguna vez seré... y no entendí más. Siento el poder arrebatador de arrebatarte a tu amada, sin ánimo de ofender. Pero me pierden las ganas y la desgana de soledad.

Y cuando ato un lazo, es irrompible, mas lo puedes desatar y lo puedes esconder. Pero la pura esencia del amor más bruto, sigue estando ahí. Tejida con tus palabras y tus átomos formando tu rostro. Sonríe mi querida oxitocina, eres agraciada por la abarrotada sensación de desazón, y el dolor del amor o del amar más cauto y más raudo. Pero sentado en el borde de la desesperación te veo marchar, tan lejos, poniendo mar entre los dos. Caigo tanto en la trampa de quererte, que ya creo que lo hago adrede y te busco para sufrir y sufro al encontrarte, pero te digo que si amar puede helarte, más calor te dará amar.

Tu estatua es de hielo, muy frío, y mis besos son de magma, muy mío. A medida que los acerco a ti te pierdo, o te perderé pues te derretirás y no en el sentido tan deseado.

Y dime: ¿cómo voy a dejarlo, si tú ya eres parte de mí?.