miércoles, 5 de agosto de 2015

Ni nadie.

Es la fragilidad más arraigada al miocardio,
encadenada a lo que la mente diga o exija.
Si la cobardía ataca al cerebro y lo enmudece
dejando sordo el pensamiento, que me cobija.

No hubo habla cuando me destrozaron sin piedad,
nadie saltó y dijo basta; es más, no hubo nada.
Nada más que un yo quieto y estático, anclado
a un pasado turbio, pero aún más triste: mejor.

Si el presente ha muerto pues no hay raíces,
y nadie estará cuando marchite mis voces.
Pues sufrí el desamor más desgarrador
y todo el mundo huyó lejos, de mis toses.

Depositaré la confianza en el paso del tiempo
que deshaga el pasado, que orbite lejos de mí.
Que silencie mi mente y me mate tan lento
como el silencio que me ha cubierto así.

Me sentaré en el bordillo más lejano,
con la vista más amplia del pasado.
Con la mirada desconfiada en mi mano,
odiando al gentío que jamás me ha mirado.

Contando cada latido hacia el fracaso,
y como fuertes pasos los noto cercanos.
Tanto como el dolor que yo más amo,
el dolor del jugar conmigo, sin piedad.
Ni empatía.