jueves, 4 de abril de 2013

Mis días.

Puse a pensar mi desdichada mente otra vez, hice mal como de costumbre, pero qué más dará. Pasé de pensar demasiado todos los días y torturarme levemente a pensar algún día y torturarme de una forma desagradable, cada vez que abro los ojos me muero, quizás traté de ver mi reflejo de otra forma, qué sabré yo; vividos mis últimos días ya nada importa, no tengo coherencia en lo que escribo porque me estoy volviendo loco, qué más dará.

E imagina mi tortura, que no es otra persona la que lo hace, soy yo mismo, el imbécil que habla con su almohada, que le cuenta sus secretos al papel, que abraza a las ilusiones y que llora en la despensa de su casa, para así no ser escuchado, qué sabrás tú lo que es el dolor si no has estado tres segundos en mi cabeza, imagina tener que verme cada mañana en el espejo; el rostro que representa el fracaso, en su mayor definición, ese andar desmotivador que resuena en cada paso que doy, mi aliento que solo huele a error, una vista cansada de ver que se deteriora, una persona que está harta de ser persona...

Una mañana soñé que no sentía, que no era capaz de empatizar con los problemas ajenos ni siquiera con los míos; nunca había sido tan, tan lo que sea.

Otra mañana, otro día, otro pensamiento y otro suspiro, no me consuelo, debo sufrir, para saber más adelante que esos problemas que me flagelaban solo eran un puñado de arena en una playa, una nube en el cielo, que tarde o temprano se desvanecería sin darme cuenta. Debo llorar, sufrir, gritar y sobretodo sentirme la persona más miserable del mundo, para que llegue ese momento que miro al pasado y sepa que no debía estar así. Solo una lágrima más.

Todo es mentira a mi alrededor, no vivo ni muero, estoy ahí siendo un espectro más que mendiga sentimientos, esa alma torturada que quiere seguir sufriendo, porque sí, sin motivo alguno. O quizás los haya y me duela reconocerlo, pero...

¿Qué sería yo si esta vida no me diera una sobredosis de realidad de vez en cuando?