martes, 22 de julio de 2014

Dulce amor.

Ya no siento la necesidad de esconder lo que siento, para qué. Si ya sabes qué siento, por qué lo siento y más o menos desde cuándo lo siento. Sé que no lo sientes, sé que no puedes sentirlo tanto como lo siento yo. No sé si te da igual, ojalá lo supiera exactamente. Te he visto sufrir y he muerto por ello, te has sincerado conmigo sobre tu vida y yo sobre la mía. Me he sentido protegido tras tus palabras y creía ver cómo tú sentías lo mismo. O quizás al menos segura, fuera lo que fuera confiaste en mí al hablar conmigo. Y eres la única persona que aun viéndola a cuentagotas ha conseguido enseñarme el interior de su corazón. Y aunque no me halle en él, sigue mi desdichada cabeza pensando que algún día albergará mi sonrisa.

Soy el menos indicado para hablar de este tema, porque literalmente he fracasado siempre. No sirvo para esto pero es lo que más deseo, es irónico, sí. Intenté serte sincero, ser una persona comprensible y conocer que es imposible que mis sueños dejen de serlo. Lo entiendo todo, pero lo siento, yo no me bajo de mis emociones. No lucharé por algo imposible, pero no renunciaré a ello solamente porque crea que es lo mejor. Prefiero hundirme sufriendo por ti, que vivir sin nada por lo que hundirme. En otras palabras, me gusta sufrir. Aunque si lo miras desde mi punto de vista, solamente te deseo ser feliz, vivir en paz contigo misma y que nada en la vida te haga desvelarte y llorar a altas horas de la madrugada. Y a veces yo mismo me siento en mi cama y pienso: ¿Cómo estará ella?, y tras miles de hipótesis caigo en la cuenta de que seguramente estás durmiendo plácidamente mientras yo me torturo en balde.

Mi cabeza me lleva a la locura, me hizo quererte de esta forma, me hizo verte en todos sitios, en las más bellas voces, en la Luna, en el Sol, en mi querido cielo oscuro. Cada estrella que veo parece ser un brillo de tu sonrisa tan imperfectamente perfecta. El azul del cielo eres tú, y el verde del bosque eres tú. Y ondula el viento mis sentimientos como si de tu pelo se tratase. El tiempo se contonea entre las paredes de mi cráneo como tu cuerpo al caminar, siento el roce de tus dedos al taparme con la manta. Siento tu voz casi al dormirme y de un salto me desvelo; te oí cantar, te oí susurrarme al oído. O simplemente escuché mis ilusiones gritarme desde lejos. Sentí tu beso con el roce de una flor, y la luz dorada que emana el sol acarició mi piel como tus abrazos.

No sé qué hay en cada centímetro de tu mágica piel, poema mío. Pero debe contener los versos más elaborados que jamás un hombre pueda besar. E imagino mi tormento en su último aliento, con el roce de tus labios estando a punto de romper las cadenas del dolor que están ancladas a mi miocardio. Hasta que de un sobresalto, cual bomba atómica en mi pecho, despierto del más nítido, perfecto pero a la vez desgarrador sueño que he tenido en mi vida. Aunque quizás el peor dolor de todos ellos es que no dormía mientras soñaba, ni siquiera vivía, mi poema. Simplemente moría en vano por quien nunca me querrá, por quien nunca me amará, pero pondría la mano en el fuego con tal de defender que es la primera vez que verdaderamente siento amor y no un absurdo miedo a la soledad que confundo ciegamente.