domingo, 27 de julio de 2014

Yo y mi cobardía.

Desvarío y es cierto, vivo en el pesimismo constantemente, cierro mis ojos y solamente recuerdo mi dolor, el placer, lo bueno en general, desaparece, como si jamás lo hubiera vivido. Llevo años imaginándome una vida mejor, pero nunca me he replanteado buscarla más que esperar a ver si viene a buscarme ella. Vivo de la auto compasión, del desengaño que yo mismo me produzco, pero sobre todo de la cobardía. Hace mucho tiempo que me he ido, y no sé cómo volver a mí. Me desvié en mis ilusiones y ahora busco literalmente la autodestrucción. No sé cómo pararme, no sé cómo voy a resolver mis problemas si ni siquiera sé realmente cuáles son.

Amo la naturaleza, y me atrae la gente que también la aprecia, aunque yo sea más de las vistas que nos ofrece nuestra cúpula celeste, el paraíso estrellado que cada noche ansío alcanzar, como mi destino, mi camino señalado por relativos puntos diminutos, que solo muestran un ápice de su grandiosidad. Y es la Luna ese astro del que tanto hablo, esa magia que desprende y que yo intento descifrar ¿Qué me traes con cada suspiro? Cada noche que apareces, sonrío de nuevo, con el calor de la soledad, tú me arropas. Y yo me pregunto frecuentemente: ¿Eres el sino al que intento llegar? Cada vez que te veo te siento, te imploro una simple respuesta ¿por qué te admiro tanto?

Entre las palabras más usadas está el dolor, la esperanza, la ilusión, la pasión, el temor y el miedo. Pero nunca uso las adecuadas, que son tu nombre y tus proezas, tus radiantes e impresionantes actos, que me desvelan lo que oculta tu corazón, pero que soy incapaz de descifrar; eres como la música en mis momentos de silencio. El latir de un corazón que lucha por bombear sonrisas. Y he abandonado mis sueños, he abandonado mi vida, lo he abandonado todo con la intención de que me dé igual morir, pues no pierdo nada. Y sé que no hago lo correcto, huyo de la vida cual cobarde que soy, un infame ser que sobrevive del sufrimiento, más que vivir del sentimiento.

Es todo culpa mía, y sé que cada ápice de dolor que empuñan mis lágrimas, me lo merezco. Y no me canso de ver mis tan notables defectos. Necesito crecer, como persona, como aprendiz, como maestro del dolor debería ser capaz de controlarlo, de desviarlo, de canalizarlo hacia un sitio mejor. Necesito un cambio ya, un dolor tan fuerte que me haga cambiar, y lo necesito ya, ahora mismo.