jueves, 17 de julio de 2014

El azul de mi retina.

Me vi abrumado por miles de pensamientos que creía estaban en fase de eliminación, pero inconscientemente los he dejado en un rincón escondidos para no perderlos nunca. Y parece ser que estos pensamientos no tienen fecha de caducidad. E incluso pueden persistir en la recámara esperando al mínimo estímulo para salir disparados; he sucumbido tanto a mis pensamientos que no me parece tan raro como debiera. Aunque esta vez no me ha desconcertado en absoluto, los he sentido, los he querido y los he deseado más de lo normal. ¿Qué soy más que una balsa náufraga en un mar de sensaciones?

Ese azul que me embelesa, derrite y calma. Ese color que me trasmite una paz perpetua ante su presencia, inundando el pecho de deseos. Deseos que una vez trajeron lágrimas pero que jamás han sido menos importantes a medida que el tiempo ha ido diciéndome cuán doloroso sería seguir regándolos. He aprendido a querer, pero me he dado cuenta de que jamás sabré lo que realmente es querer. Es irónico todo lo que digo porque me contradigo cada dos frases y me da igual, pues siento que lo hago adrede para demostrarme que verdaderamente no sé nada. Esa es la verdadera razón por la que ese pálido o intenso azul me cautiva, siento el impulso y el temor al cuidarlo.

Me digo que la magia no existe, intento convencerme, me digo constantemente que todo lo que pasa está procesado por nuestro cerebro. Hasta que veo ese dichoso color, ese mar de sensaciones que encierra el brillo de un azulado sentimiento. Encerradas en mi mente tantas palabras y lo peor de todo, imágenes. Inefables, imposible de mostrar, impotente ansia que me envuelve. Es azul mi sentimiento, es azul mi dolor y mi intriga. La pasión y el miedo son aliados de ese color primario. Mi querido azul, te tengo miedo pero no sabes cuánto te quiero.