jueves, 18 de julio de 2013

De alguna manera.

Es él el que controla cada situación a su antojo, o eso parece. Intento ser yo el que toma el control pero siempre puede, constante, alterándose mucho más de lo que jamás había percatado, pero míralo, aquí está, palpitante y henchido, fuerte ante la adversidad, pero débil ser que lo sujeta. No trata de engañar ni de juzgar, solamente filtra emociones y sentimientos, gran metáfora que acoge a un sentimiento, una pasión única, increíblemente bella tanto como misteriosa, es este bombeante tambor que late inevitablemente por ti, mi corazón.

Mira el sentir, el hablar de un ser que distante quiero, si no consigo quitarme de esta tan caprichosa cabeza su imagen, tan celestial, tan increíble, tan suya. Mis brazos tienen esa extraña necesidad de sentir su roce, su única piel tan cerca de la mía, tan, tan cerca...

Es extraño ¿no? como un ser vivo puede desear tan cerca a otro ser vivo, tan banal puede parecer, tan bonito puede resultar, es algo tan mágico, tan bello. Quisiera sufrir mil veces si me asegura una felicidad aunque sea efímera, porque yo, sé que no existe la perfección, soy alguien tan perfectamente capacitado para perder, como cualquier otra persona, un imbécil, un idiota, un perfecto desperdicio, un intangible mar de sensaciones erróneas, resumiendo, un gran error. Es inteligente pensar en que esto no debe arruinar mi vida, ni entristecerla, ni mucho menos, pero pensando un momento, quiero llorar como siempre necesité, hasta deshidratar este pecho inundado por la vida.

Hoy, lo dije, hoy exploté. Desinflé la mente turbia que retoza en mis entrañas, que gozaba del océano infecto que bañaba mis sentimientos. Y aún sigo pensando que fue un error, pero un error sincero. Dije al fin lo que ronda mi vida, y solté de mí las cadenas pesadas. Solamente queda sentarme junto a mi soledad, y conversar conmigo mismo en busca de algo que me devuelva a la cordura, algo bueno, algo tan sencillamente agradable, que me haga sonreír de una vez, de una maldita y puta vez.