martes, 9 de julio de 2013

Historia de un juguete.

Hay heridas que no se aprecian con la vista, aguanto mi corazón con tiritas y un poco de cinta aislante al pecho, mis manos demuestran que trabajo duro, quizás fue para que ella sonría, tengo tinta en los dedos, de tanto dedicarle poesías, digamos al azar un número de versos, mmm trescientos a lo sumo. Tengo en el rostro marcas secas, por ahí seguramente se deslizaron lágrimas, por desgracia...

En mis hombros hay pesos que no me corresponden a mí cargar, pero que me hice cargo porque fui idiota. Tanto tiempo viendo en el espejo a un necio ser que arruinaba sus relaciones. Cuando me despeché por ellas, dormitaba escribiéndole poesía, preparando algún regalo, pensando en cómo sorprenderla. Ya no me queda más que una grieta en donde antes existía un pozo de ilusión. Las esperanzas marchitas rodean mis labios, secos de tus crudos besos repletos de agonía, que sembraron en mí las más perforantes palabras.

Nadie y repito nadie ha dejado la mitad de tiempo que yo en prepararte el corazón para cuando vayas a verlo, repito nadie. Tanto que destrocé la relación cuando yo era el único pilar que la sostenía, que mis lágrimas furtivas escapaban con gran frecuencia de su ocular presidio. ¿Fui débil? Ahora veo que no, si tuve el valor de soportar tus pisotones en mi autoestima es que fui más duro que una roca.

Cogiste mis sentimientos y con ellos como bandera los usaste para satisfacer tus necesidades. Si querías algo ahí debía estar yo para facilitártelo, ¿sed? Ya voy con el agua. Lo que más destrozó a este... ¿títere? fue tu indiferencia al usar sus sentimientos para satisfacer tus caprichos... sexuales. Después de ese beso final un susurro al oído "no te ilusiones", penetró en un lugar muy céntrico en el pecho, que ya sólo es un monumento en ruinas.

Pero miremos el lado bueno, tú saliste ganando, te lo llevaste todo, mi amor, mi confianza y mi ilusión. Y yo pues bueno, sigo vivo.