miércoles, 10 de julio de 2013

Muerte temporal.

No busco una muerte en el sentido literal de la palabra, sólo busco esa sensación de paz que me imagino al pensar en la muerte. Que no me perturbe nada, que no me importe nada, más paz de la que podría soportar. Imagino una muerte limpia, un fin claro e indoloro, algo que no llegará nunca, lo sé, pero dibujo en mil poemas la sonrisa que nunca portaré.

¿Sabes una cosa? Te quiero y no sé si tienes idea de ello, quizás ni lo leas, o sí, quizás leas todo lo que escribo. Qué sabré yo si sólo sé darte pena y parecer un amargado a tus ojos. Pero igualmente sé que el sentimiento no es mutuo, pues sólo yo me encapricho de alguien cuando menos debería, pero prefiero que estés así, ayudándome siempre, aunque mis ojos se bañen en una eterna agonía de deseos que van más allá que una fuerte amistad.

Rodeado de flores inútiles alrededor de mi ataúd y gente llorando por mi ida, aunque en la versión más pesimista no hay nadie, y yo, tan a gusto en medio, sin problemas pues ahora es el turno de los demás de molestarse por mí, pues yo he puesto mi mano tantas veces en el fuego por la gente que tengo ardiendo hasta el hombro.

Es erróneo el deseo de intoxicarme para dejar de sentir estas cosas, coger una botella de alta graduación y hacer de mi garganta una carretera sin aduanas, que me envenene la cantidad necesaria para que los problemas no desaparezcan, pero al menos se olviden temporalmente y sea el placebo que me repara.

Pues mujer, mis tristes palabras sólo narran parte de mi realidad, que no soy nada más que un simple trapo que llora al anochecer, que muere al atardecer, pero que no descansa al amanecer. Ven, desátame de estas cadenas del pasado, y por favor, aunque no sea correcto, bésame, digo mátame.