jueves, 30 de enero de 2014

Pálpito huidizo.

Vestí mi corazón de gala con los mejores atuendos. Ropa de etiqueta que realzaba su carisma. Su personalidad se alzaba con tales prendas, no cualquiera sino las mejores. Porque no siempre hay ocasiones tan especiales como esta, en la que debutaba el miocardio con todo su esplendor. Era el momento de enamorarse, y allí está ella, se ve a lo lejos. Aún tienes tiempo de calmar tus latidos antes de que llegue, ajusta tu pajarita y no te agobies, -todo saldrá bien -le dije. Cada paso de ella era una estaca en la paciencia, que se rompía, cuanto más cerca estabas más lento pasaba el tiempo. -¡Corre! Coge estos regalos y dáselos en el momento correcto- le recordé.

Se aproximó al pequeño corazoncito sonrojado, le habló y él pálido no dijo nada. Se aceleró y entro en pánico, ella era más de lo que él esperaba. Yo le hice señas. -¡Venga, díselo!- le gesticulaba. No dijo nada, solo sonreía y temblaba. El pobre, mi pequeño es demasiado tímido, salió a mí. Ella se marchó, no se percató de la situación, todo fluye normal en su mente. Pero no en la del corazón, que huyó lejos, muy lejos a sentarse y pensar. Yo me acerqué y me dijo que me fuera, lo entendí y me fui.

Más tarde aquella noche vino a mi cama a pedirme perdón, a decirme todo lo que le pasa por la mente. Siente la decepción por él mismo me decía, le dije que no debe torturarse, al menos la situación con ella no empeoró. Pero se sinceró, lloró y me dijo textualmente: "No me merezco sentir, pues cuando lo hago y no es correspondido le echo la culpa a lo externo, pero soy yo quien no actúa y es un cobarde". A lo que le respondí: "¿Cómo sabrías tus errores si no fallaras nunca?, es normal sentirse así, es lógico, pero la próxima vez no te faltará valor y no me digas que no habrá próxima vez, aunque ella no sienta lo mismo, díselo". Le hice un hueco en mi pecho y durmió plácidamente durante toda la noche.

Al despertar no estaba, me levanté y fui a buscarlo. Su habitación vacía, la casa vacía. ¿Dónde está mi pequeño?. Salí a buscarlo entre las calles, los monótonos edificios y entre los coches molestos. No lo vi, cuando rendido pasé por donde se habían cruzado el miocardio y ella, me di cuenta de que estaba allí, solo y vestido de luto. Sostenía los regalos que no fue capaz de darle. Uno rojo que contenía la pasión, el ardor del amor. Uno azul que contenía sinceridad y felicidad, y por último uno verde, con todos los deseos más bellos. Los guardó en un maletín, lo cerró con llave, rompió la llave y la tiró. Y a la distancia le vi irse, de luto y con un maletín cargado de esperanzas. Mi corazón, mi sentimiento.

--Tan lejos a veces de la realidad, esta metáfora se corresponde a la imaginación de un ser que vive reo de sus miedos.