viernes, 31 de enero de 2014

El silencio latente.

El miedo derramado desde los hombros,
líquido corrosivo de gran peso que hunde
sueños e ilusiones que ya solo son escombros,
impidiendo el ascenso de la felicidad a la cumbre.

Ni risa ni sonrisa, ni día que abrace mi noche, ni roces.
Ni brisa ni repisa en la que el corazón repose o goce
de la caricia válida, de la herramienta cálida del amor,
del pecho henchido, carente de quejidos, lleno de calor.

Mis rodillas arrastradas en el ardiente asfalto te ruegan
el silencio que me hiela, el silencio que congela mi vida.
Dime ya el dulce agrio rechazo por el que mi alma vela
tanto noche como día, no hay descanso ni despedida.

O ámame, qué digo, por favor dame un tortazo, cállame.
Mejor ódiame, así serás como el resto del mundo, mátame.
Y tengo razón.

Sin tu amor nada más me hundo, pues quítame la vida
pero a besos, quiero un billete al centro de tu corazón. 
 Y solo de ida.