sábado, 7 de septiembre de 2013

Horas de miseria.

Presa del delirio intento ser yo mismo, por muchos baches que crucen mi mente, no puedo evitarlo, hablo demasiado o hablo muy poco, mis ojos se humedecen, mas no quiero que me veas llorar, hoy no. ¿Me lees? ¿Me sientes, pequeña? Lees lo que en un futuro será un demente, un perturbado ser que solamente ha podido controlar su locura para poder escribir. Siento que me consumo, cada vez tengo más frío, incluso a 35º y sudando, me congelo.

Ahora sonrío, es tibia, pero existe la sonrisa. ¿Qué podría describir ahora que no fuera una completa pérdida de tiempo?. Mi luz ahora eres tú, pues la luna llena se escondió, el cielo negro se nubló y tú lo iluminaste, más bien, me iluminaste. ¿Cuántas veces te lo agradeceré, cuántas veces me alegrará haber hablado contigo, haber visto la sinceridad de tu preocupación?.

He visto mil heridas en mí, profundas, muy profundas. He derramado litros de lágrimas sobre cuadernos, apuñalándome verbalmente por ser tan fácil de usar. Me miré al espejo y sangré, los nudillos tenían cristales clavados y sólo quedaron muchos pequeños reflejos míos. Rompí miles de poemas gloriosos por arpías que me envenenaron. Tú me dijiste que no lo hiciera, todo lo que escriba que perdure.

Me senté en mi escritorio, saqué un revólver, lo introduje en mi boca, apuntando hacia el cerebro, para que pare ya de tanto pensamiento infecto, pensé en mil situaciones tristes para que nada me dejara dar marcha atrás, puse la música muy alta para que no se note. Eché un último vistazo al tambor para comprobar que no faltan balas, vuelvo a la posición inicial, el gatillo siendo presionado lentamente por un dedo índice tembloroso, miro por última vez tu rostro para ser lo último que vea. Aprieto el gatillo y ¡BUM! He terminado otra poesía en la que metafóricamente, muero.