jueves, 6 de febrero de 2014

Compleja autodestrucción.

En pedazos mi imagen, puño en tierra, no quiero más.
Roto el espejo que cayó perplejo, sin voz, ni reflejo
que halle y disipe el tedio, ni ver el camino por donde vas.
hondas dagas en el asedio, siento mi sonrisa allí, muy lejos.

El vaso que embriaga se acerca, me llena, me olvida y desata
pensamientos rotos, sensaciones plenas que rompen el hastío.
Mío fue el mundo mas ahora mi mente erra por calles blancas,
vacías tan ásperas, que ni el roce de mis dedos siento, vacío.

No cesó mi luz cuando muros se antepusieron, no pude, no pudieron
detener mi lucha, no más fulgor marchito, no más cúpulas de sal;
nadie imaginó el poder de la soledad, cuando sin pensarlo, se levantaron
sus hachas de angustia y espanto, que de un corte, taló mi mueca y sembró el mal.

Y quién si no ayuda al pobre reflejo de los charcos, quién si no, más que yo.
Me arrodillé ante mi palpable ansiedad, no siento nada, más que un simple ardor,
no cesa, no fluye, se queda ahí, danzante como estable, cortante al hilo de mi voz
pálida, siendo de emociones inválidas nació, vino a mí, y hundida me abrazó.

Mas vaga, diminuto héroe, por praderas inestables, sin vida, infértil, sola, marchita.
Investiga el pequeño ápice que queda de cordura, útil, bella, amada y perdida.
Llantos que el amor por mi flor suceden, deseo inefable, ni el viento los puede quitar.
Lindando con la perfección tu dulce voz, que tantas veces nombro, mi querida;
créeme,
Yazco en el cementerio de ilusiones que se fueron, pues hay un nuevo inquilino;
en la eme.