lunes, 24 de febrero de 2014

Síntomas de una vida.

Es una vida inefable e inestable, que se tambalea acatarrada tras una truncada senda que todos llamamos destino, el cual se truncará, se bloqueará y será pasto de las desesperanzas. Errante el ser que se acuesta repleto de mantas por un frío imperial, un frío que acampa en la piel levantándola y haciendo que parezca de gallina, tiritando cuando el frío cesa, por las bajas defensas de un cuerpo invadido por agentes externos, seres casi invisibles que te arrancan las ganas de vivir y te demuelen las ansias de moverte. Recostada y tumbada frente a la vida que pasa, frente al virus que te arranca de ti y te sienta tras la puerta de tu habitación, separándote del gentío. Y no hay ganas de nada.

Ni de ver la lluvia como antes, solo calientes aguas que resbalan por tu garganta irritada proporcionando un placer indescriptible, el repentino calor al llegar a tu estómago que te sube la temperatura, ese efímero placer que conforma las pocas ventajas de estar así, alejada del movimiento rutinario, pero no por voluntad. El beso que tanto ansías no te apetece tanto, la nariz congestionada de incomodidades, de inestabilidad en tu salud, la desgana de una derrota temporal, pero llega el evento que ni dañada puedes evitar y tienes que ponerte la ropa que está fría, ponerte la bufanda que te asfixia porque necesitas la mayor abertura para dejar pasar el aire a tus pulmones, el viento que sosiegue al corazón que perezoso pero ansioso desea poder recorrer la calle sin el más mínimo percance.

La tranquilidad de un sistema respiratorio sin obstruir, de un pulmón que alterne entre lleno y vacío sin problemas de una vida que te ahorca, de un presente que te tapona el bienestar, el peso de una mucosidad estática, que te quita las ganas de seguir adelante porque siempre está ahí, por mucho que la expulses, un sentido obstruido y un oído sordo por el malestar general de una vida colapsada por el contagio de una pena de alguien ajeno. Un temblor por la debilidad del alma que yace sobre tu regazo, ven tómame, yo seré la cura que la tele no anuncia, seré la ayuda que el médico no receta y sobre todo seré el único compuesto que no estará sujeto a impuestos, pues la vida tiene cura, y no cuesta más que un demente enamorado.