sábado, 15 de febrero de 2014

Lagrimales secos.

Un alud de sensaciones atrapando mi pecho, encerrándolo bajo tierra, sepultado a kilómetros de la felicidad. Un amor exhausto, un corazón púrpura del frío, no late, tirita. Mis manos cuando dibujan una sonrisa tiemblan, se asustan pues se sienten incómodas al hacerlo. Ni sonrío sinceramente, ni bailo, ni canto, ni disfruto de la comida, ni disfruto del descanso. No me entiendo ni sé por qué ocurre esto. O sí lo sé pero no sé explicarlo. Ya cuando camino no siento el progreso, cuando imagino no siento los besos, he intentado apartarme de la vida, pero no puedo. Soy un peón del dolor y un esclavo del silencio, del silencio que emana la soledad, la soledad de este perturbado. De este enajenado ser que ya no sabe ni vivir.

Incluso bebiendo directamente del cuenco de la amargura, ni siquiera con la daga certera que atravesó mi tórax. Nada puede, nada pudo. Trasnocho cada par de noches, me vuelvo loco y me desentiendo de todo. Pero mi mente a 200ºC lo procesa todo y todo se queda ahí, en la mente, corroyendo el bienestar. Escapé en gran medida de todos mis dolores, cada paso era un distanciamiento de la represión mental y un acercamiento a la libertad perpetua de pensamiento sano. Pero cuando me di la vuelta para ver si me seguían no vi nada, por lo que giré de nuevo y allí estaban. Desde la autodestrucción hasta la decepción.

Lo intenté con todas mis fuerzas, no lo lograba, no lo conseguía, no lo consigo. Es imposible, es increíblemente difícil lograrlo, es como pedir que llueva con el cielo totalmente azul. No era factible ese deseo. Tras mil veces que me miré en el espejo no conseguí poder hacerlo. El dolor era ya el 80% de mí y no salía nada. No conseguía llorar. Ni una lágrima que desahogara la opresión que el pecho sentía. Nada, ni un simple respiro. Pero...

Mientras me arropaba la gruesa capa del tormento,
incesante en su tortura, incansable en mis lamentos,
lástima de mi vida, mi estancia y de mi vana existencia;
la angustia del corazón, un quejido, una vivencia
anunciaba mi estallido, en mil pedazos mis sentidos,
recordé que te quería, que te amaría si no te has ido.
Aunque te vi soñar con él, desear su piel; y me senté,
ya no podía más, sin ti, sin mí y sin nada, por fin...
lloré.