viernes, 27 de diciembre de 2013

Mañanas vacías.

Cuando despiertas y te sientes ajeno, extraño o externo al entorno al que se supone que perteneces. Cuando sientes que no eres nada, están cansados de ti o jamás te han soportado y me pregunto ¿Qué hago? Porque si huyo nadie me cogerá en mi caida, no habrá nadie con quien sanar mis heridas y me aferro a mi soledad. Es cierta esta triste realidad, si voy al salón apesta a humo y en consecuencia casi todo el resto de la casa, si voy a mi cuarto, allí no estoy solo. Estoy ajeno a mi mente, no despierto descansado, no me duermo encantado.

Me iría pero sé que me sentiría demasiado solo, ¿dónde estarían mis amigos entonces? Lejos. ¿Dónde estaría mi amada entonces? Pues no a mi lado. Como el resto de mortales haría, es lo lógico, lo normal. Lo que debes hacer si eres un ser racional, abandonar al trastornado a su suerte. Aquí me hallo, deseándola y abandonado, vivo en una casa que no veo como mi hogar, y llevo aquí 19 años. La domina el egoísmo y yo no lo soy, no tanto. Me encierro y quiero salir, ella no contesta y me empiezo a morir, de ganas y de soledad.

No aguanto, la casa está vacía y tiene 7 personas dentro, las paredes no me cubren del viento y están hechas de cemento. No aguanto, no solo, no aguanto y sin quererlo lloro. No estoy en mí, si te quiero, joder, pero no puedo decírtelo. Si quiero volar y tengo miedo al precipicio. Es mi vida, gris, insípida e infeliz. Y así soy yo, monocromo de lágrimas monótonas. Ni amor, ni calor, están en la recámara. Deseándote, a ti mi dorado pétalo.