lunes, 2 de diciembre de 2013

Siempre ahí.

Vagué por pantanos tras la derrota, intenté volver a mi hogar herido y sin mi escudo, solo una espada rota y un yelmo abollado, mi armadura estaba incompleta y cojeaba como un animal herido. Solo y cabizbajo tuve que acampar en medio de la estepa, temía que algo me atacara cuando mis defensas eran inexistentes. Tenía que lidiar con el viento poniéndome como podía el casco roto. Me senté tras un árbol portentoso, en un hueco que se hallaba en su duro tronco, me senté como pude e intenté cubrirme con hojas grandes que encontré por mi camino. A base de golpes con una piedra pude arreglar medianamente el casco y ponérmelo para cubrirme del frío y del viento, cerré la visera y me la cubrí con un trozo de hoja para estar totalmente a oscuras.

La espada la dejé a mano, cerca por si acaso la necesitaba (aunque mucho no me ayudaría). Desperté de madrugada, tullido por el frío que me invadía, la armadura tenía grietas y dejaban pasar en viento que helado soplaba. Pensé que sería mejor partir y buscar mi reino, en el que me desterrarían por haber perdido, pero al menos habré cumplido con mi labor, haberlo intentado. El pie ya no dolía tanto al pisar, mas todavía me dolía. Lancé la espada por un barranco, solo era lastre inútil. Tras horas y horas divisé tu castillo en el horizonte, y tras otras horas llegué a sus puertas -Al fin-, me susurré, pero tampoco era alegría sino cansancio.

Me hallé frente a la puerta de tu trono, si entro seré desterrado como un inválido para el reino, pero si no entro me desterrarán por traición. Henchido el corazón entré y te dije todo lo que había hecho, aunque culminé mi palabrerío con un simple "Aunque siga viviendo, no siento la vida.". Sin mediar palabra me giré para irme, para evadirme y despedirme de ti (a mi manera). Mas tú corriste hasta alcanzarme, posaste la mano en mi hombro y me giraste. -¿A dónde vas?-, exclamaste alterada. -Conozco las normas y debo partir fuera de este, tu reino-, pero la sorpresa me detuvo el latido un instante, me besaste la mejilla, me susurraste "Mi héroe, quédate, necesito a quien arriesgó su vida por mí."

El desconcierto no pudo conmigo, me quedé porque tú me necesitabas, tú no me negaste la entrada, lavaste mis heridas, te sentaste a mi lado y me dijiste abiertamente: Soy tu soledad, jamás te abandonaría.